Soy maestra, si.
Me preocupa el estudiante que estamos
ofreciendo a la sociedad más desde el punto humanístico que académico-formal;
las carencias y necesidades que manifiesta el alumnado son cada vez mayores y
de índole diversa: familiar, afectiva, económica, comunicacional, y por
supuesto, también académica; pero menos, me importa menos.
El reto de hoy es hacer que superen el paradigma de lo superfluo, porque ellos saben dónde está la información. Nuestra labor consiste en desbrozar más que en transmitir conocimiento. La palabra "Enseñar" cobra hoy otro significado y más vale que lo entendamos pronto.
Es imperativo entendernos, el lenguaje nos separa tanto como pudiese unirnos, pero nos empeñamos en que este debe permanecer irreductible a las leyes de la RAE aunque el precio que paguemos sea el de perder una generación entera. Estoy convencida de que los maestro no oímos, sólo nos oímos. La súplica constante traducida en apatía y bajas calificaciones no es más que un grito desesperado de aquel que oye hablar un lenguaje incomprensible para sus oídos, ojos y cerebro.
En aras de la libertad y el "buen rollo", los docentes hacemos cosas terribles con el lenguaje. La
filosofía de “oír a todo el mundo” se ha distorsionado al punto de que los
estudiantes no distinguen cómo deben dirigirse a un adulto, a un profesor o
inclusive a un niño pequeño. Muchas veces pretenden utilizar su jerga
adolescente en exposiciones y hasta en trabajos escritos. Para la mayoría de
ellos no existen límites en lo que dicen, cómo lo dicen, dónde lo dicen y a
quién se lo dicen. He observado con preocupación cómo las personas que les
hablan correctamente (algunos compañeros, profesores y personas ajenas al
colegio) son objeto de su burla; pero a su vez, cuando un tema les interesa y
no comprenden, se muestran desesperados y acuden a personas de su confianza
(generalmente sus compañeros “letrados”) para que les “traduzcan”. En el afán
de entenderles, hemos permitido que esto suceda hasta un punto que desde mi
forma de ver, es inaceptable.
Adultos y
adolescentes cada vez más separados por el lenguaje; no entendemos sus códigos lingüísticos
ni hacemos el menor esfuerzo por conocerlos. UNICEF, como parte del proyecto
“Herramientas para la participación Adolescente” (2006) nos dice que “La forma de ejercer el derecho a la
libertad de expresión incluye el lenguaje oral, el escrito, el gestual, el de
señas, entre otros. Habilita a que un adolescente pueda dar opinión a través de
formas conocidas y aun de otras desconocidas, lo que “obliga” al adulto a
reconocerlas, a decodificar los mensajes que las distintas formas conllevan.”[1]
El lenguaje es un ente vivo, es nuestro deber conocer las nuevas creaciones
lingüísticas de nuestros jóvenes con apertura de mente y espíritu, pero
evitando aberraciones y la pérdida de vocabulario en aras del simplismo.
Ah... Quiero agradecer a la PROMO XIII de la UEP Juana de Arco (mis ahijados) por permitirme hacer este laaargo trabajo de investigación que estoy compartiendo con Uds y que espero concluir con la PROMO XIV. Los quiero.
Nos seguimos leyendo...
[1] Fondo de las Naciones
Unidas para la Infancia, UNICEF. (2006). Cultura
y Participación Adolescente. p. 35. Recuperado el 24 de noviembre de 2015
en: http://www.unicef.org/uruguay/spanish/GUIA_5.pdf
No hay comentarios:
Publicar un comentario